jueves, 15 de octubre de 2015

La gente anónima tiene nombre



El anonimato se relaciona más en nuestra época con la cobardía que con la discreción. Quizás en otro tiempo envolvía las acciones de las personas caritativas, que hacían con la mano izquierda lo que desconocía la diestra. Ahora, por lo principal, esa palabra acoge a quienes pululan por redes y foros para descalificar a los que sí asumen con responsabilidad y con apellidos cada uno de sus actos. Se escriben anónimos continuamente: el género literario más vil de cuantos se puedan inventar.
La voz “anónimo” no se viene asociando con nada reconfortante, desde luego.
Ya el mero hecho de que se desconozca el autor de una gran obra nos desazona. ¿Quién habrá escrito realmente el Cantar de Mio Cid? Si algún investigador lo demostrara, recibiría la gratitud general y probablemente alguna recompensa.
En cuanto a ese papel que se envía sin firma, el Diccionario define con justicia el término “anónimo” señalando que en él, “por lo común, se dice algo ofensivo o desagradable”. Otra acepción que condena aquello que la palabra designa.



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